Emitido en Arte el 1 de febrero de 2022 y del 25 de enero al 31 de mayo en arte.tv (dvd en Arte boutique), la co-producción entre HBO y Arte hace un recorrido por el colonialismo europeo y sus consecuencias hasta nuestros días. En un film-ensayo en el que el mismo Raoul Peck toma la palabra, se multiplican los ángulos para constatar el estado de la catástrofe y nos invita a dejar atrás la negación histórica. Va a ser una referencia.
La catástrofe ahí está: el desprecio y el odio en el corazón de muchos de nosotros, el miedo y la violencia dentro de nuestro cuerpo social, las desigualdades que crecen sobre las espaldas de los más débiles, sospechosos ellos mismos de ser la causa de todo. Lo sabemos: basta con escuchar las noticias, leer los periódicos, ver el éxito de las ideologías racistas, nacionalistas y supremacistas. Y sabemos lo que estas ideologías han producido en términos de dolor y muerte. “No nos falta conocimiento”, repite Peck como un mantra.
Pero, ¿cómo invertir la tendencia? ¿Cómo luchar contra las hegemonías y las desigualdades mantenidas por la violencia? ¿Cómo conjurar la impotencia histórica del arte frente al fascismo? ¿Cómo podemos frustrar la catástrofe que está en marcha?
Afortunadamente, hay resistencia en todas partes. Todavía se federan en contadas ocasiones, pero existen en casi todas partes bajo múltiples formas, respuestas espontáneas del tiempo presente que se inspiran en la experiencia de las del pasado y que exploran más que nunca la base de las posibilidades en torrentes de creatividad.
Pero este no es el tema central de Raoul Peck. En la determinación de su comentario se perciben la emoción y la rabia que siente ante la historia de la humanidad, que resume en tres palabras: civilización, colonización, exterminio. Esta serie permanece anclada en un prerrequisito necesario para guiar cualquier acción: la oscura narrativa de esta Historia hegemónica, de la dominación codiciosa, de la elaboración de una desigualdad sistémica entre los hombres, de la eliminación de las resistencias. Y esto no sólo como realidad histórica sino también y sobre todo en sus consecuencias para el tiempo presente. “Lo que hace falta es el valor de comprender lo que sabemos y sacar conclusiones de ello”.
Muy lejos de la lealtad a la “civilización” de Afrique-sur-Seine(1955), que sólo pretendía encontrar su lugar de igualdad. Esta civilización occidental lo ha entendido todo mal: el “Nuevo Mundo”, la trata de esclavos, la conquista, la colonización, el genocidio, todos ellos episodios históricos dramáticos basados en el racismo y la pureza de sangre, que encuentran su prolongación en los tiempos modernos en el desarrollo, el crecimiento, la globalización, esas grandes ideas que esconden los juegos de poder y el beneficio de quienes borran el futuro de los humanos y del planeta.
Por lo tanto, tomar otro camino no sólo requiere información, sino también conciencia. Para Peck, se trata sobre todo de pensar en lo que la barbarie hace parecer impensable, de sentar las bases de una comprensión global: ver por fin la historia de frente; a pesar de la complejidad, volver a las ideas simples; captar mejor la lógica y las cuestiones que están en juego para tener las ideas claras, para no confundirse a la hora de responder a los lugares comunes del racismo, a las tonterías y a los engaños que se siguen difundiendo por todas partes como si fueran evidentes.
Esto implica una comprensión, un sentimiento, no sólo un desarrollo racional. Aquí es donde entra el arte: Peck no ofrece una fría demostración, sino una conmovedora meditación sobre nuestra historia y sus secuelas en el presente. Es radical en sus referencias, derivadas de una enorme cantidad de investigación de archivos, y en su enfoque. Mezcla voluntariamente lugares y épocas, tanto en el montaje en espiral como en el retrato de ciertos personajes, especialmente el eterno colonizador blanco racista (Josh Hartnett).
Las vitrinas poéticas o enigmáticas invitan a la reflexión, mientras que los textos y las imágenes resuenan a menudo en contrapunto, al igual que una banda sonora impresionantemente rica. Para compensar la falta de documentos históricos que sobresalgan de la arrogante iconografía de los civilizadores, esta meditación alterna secuencias de ficción, escenas animadas, canciones populares, fotos y extractos de películas, y actúa así como un mosaico con un ritmo sostenido, recordando los horrores sin desviaciones pero sin pathos: no se trata de hacer llorar, sino de refrescar y organizar la memoria para que, al final, arraigue una conciencia activa.
El poder de la representación es impresionante cuando los niños blancos son encadenados y esclavizados por los negros. O cuando un soldado americano arranca la cabellera a un jefe indio. O cuando los haitianos masacran a Cristóbal Colón y su gente al son de la « Haitian Fight Song » (Canción haitiana de combate) de Charles Mingus… El impacto es implacable. Hacían falta estas inversiones para sacudir al público y hacer que los silencios de la historia aparecieran con crudeza.
A veces es una verdadera pesadilla: un médico mata a los negros en un laboratorio como si fueran animales, a la manera de los experimentos realizados por los científicos del siglo XIX o por los nazis. « El imperialismo es un proceso biológicamente necesario que, según las leyes de la naturaleza, conduce a la inevitable destrucción de las razas inferiores.
Peck rastrea los silencios de la historia recurriendo a los libros de tres investigadores: Silencing the past (Callando el pasado) del antropólogo haitiano Michel-Rolph Trouillot, sobre la construcción de la narración histórica; An Indigenous (Un Indígena)La Historia del Pueblo de los Estados Unidos de la historiadora estadounidense Roxanne Dunbar-Ortiz, sobre la historia de los amerindios; y Exterminez toutes ces brutes (Exterminen a todos estos brutos) del escritor e historiador sueco Sven Lindvist, que había tomado como título una frase anotada en su informe por el colonizador Kurtz, que se había vuelto loco en el infierno colonial del Congo, en Au cœur des ténèbres (El corazón de las tinieblas) por Joseph Conrad. Peck no los cita sin insistir en la relación que existe entre ellos.
Del mismo modo, con frecuencia vuelve a su propia experiencia a través de los archivos familiares, de sus películas y de su enfoque, haciendo gala de su presencia para dejar claro que dicha meditación no puede desplegarse sin poner algo de uno mismo en ella, sin reivindicar no sólo su punto de vista y su subjetividad, y por tanto una cierta libertad formal, sino también su presencia como producto de la Historia así revelada.
Porque revelación sí hay, porque « no queremos recordar »: reprimimos y negamos lo que sabemos, lo sabemos pero no lo vemos, al contrario de esas miradas insistentes, esas múltiples miradas ante la cámara o en las fotos, esas miradas dirigidas hacia nosotros, que son bien conscientes de lo que les está pasando. Como en Don’t look up (No mires arriba), volteamos la mirada hacia otro lado para escondernos de la realidad y seguimos corriendo detrás de las quimeras, esos relatos nacionales míticos, a menudo teñidos de religión, invocados por nuestros jefes de Estado para galvanizarnos o legitimar sus macabras decisiones. Porque con demasiada frecuencia avalamos una narrativa retorcida y falsificadora, especialmente mantenida por el cine, una narrativa que es tan difícil de deconstruir porque está muy arraigada en las creencias, la que justifica la supremacía blanca, el racismo y la depredación.
A lo largo de los cuatro episodios, nos enteramos de cosas que habíamos olvidado, no sabíamos o no poníamos en contexto. La necesidad de este enfoque holístico es lo que ha exigido este ejercicio, para lograr una claridad de análisis que contrarreste las narrativas civilizadoras y las creencias. “Si se extendiera, este conocimiento nos obligaría a cuestionarnos”, porque “allí donde se reprime entra en juego Au cœur des ténèbres (El corazón las tinieblas)”.
Una producción de la HBO debía tener a los Estados Unidos en el centro, pero no sólo por razones de producción: la creación de los Estados Unidos es también, a pesar de sus negaciones, una narrativa colonial y genocida, y nos concierne enormemente, debido a una lógica global. La serie comienza así a evocar la preparación de los genocidios mediante la jerarquización de las razas (episodio 1: La inquietante confianza de la ignorancia). El exterminio de las naciones amerindias se consigue a través de la “doctrina del descubrimiento” de una tierra declarada virgen aunque ocupada, lo que también abre el camino a la trata de esclavos (episodio 2: Who the F*** is Columbus?). Pero, ¿quién habría podido resistirse a esta tecnología del acero que aseguraba una superioridad occidental siempre renovada, erigiendo a los Estados Unidos como gendarme del mundo? (Episodio 3: Matar a distancia). Sin embargo, esto iba en contra de sus ideales de libertad y democracia (episodio 4: Los colores brillantes del fascismo): el racismo se ha vuelto sistémico, y el peligro de fascismo es cada vez más claro, por lo que cualquier lucha emancipadora requiere la revelación de esta terrible contradicción, el tema de esta serie.
Es así que Exterminen a todos estos brutos es la continuación de Je ne suis pas votre nègre (no soy su negro), que daba cuenta del pensamiento radical de James Baldwin, hasta entonces muy poco conocido en Francia a pesar de haber vivido allí durante mucho tiempo. “Hay poca esperanza para el sueño americano porque las personas a las que se les impide participar en él lo destruirán con su sola presencia”, dijo Baldwin. Dio palabras a la intuición, una forma a la experiencia: armas intelectuales. He aquí de nuevo la ambición desmitificadora de Raoul Peck: ir a las fuentes del supremacismo blanco, una historia de dominación y depredación basada en el mito de las razas y la deshumanización de los inferiores. Como ciudadano de Haití, lugar del “descubrimiento” de las Américas tanto como de la revolución emancipadora de 1790, primera república independiente del continente americano en 1804, Raoul Peck sabe hasta qué punto las mentiras y omisiones de la Historia sirven a los poderosos, perpetúan la explotación y llevan al mundo a su ruina.
En el primer episodio, tras explicar que aparece en pantalla porque la neutralidad no es posible, dice: “la redención, o incluso la reconciliación, no es deseable”. Pero esto no es una llamada a la venganza. “No nos desharemos de ellos tan fácilmente”, escribía Césaire. [1] “Sin reparación, no puede haber paz”, dice Peck, “hasta que el genocidio, la esclavitud y la explotación de los cuerpos humanos se transformen en reparación, sea cual sea la forma que adopte esta reparación, no habrá paz”.
Ante la presión del Sur, pero ya mucho antes, Occidente entra en pánico. El desafío sigue siendo ver su historia de frente y asumirla, para escribir una nueva de modo que cese la destrucción del Otro y, por tanto, su propia autodestrucción. « Buscamos verdades en lugar de significados » y, por tanto, un pensamiento crítico que lleve a la acción. Pero también significa dejar que el Otro escriba y dirija su propia Historia, no en la separación sino en la autonomía, que es lo que hace Peck con esta película. En un final deslumbrante, en tiempos de Black Lives Matter, nos recuerda que hay muchos que no olvidan nada, todos esos “negros del mundo” por citar a Achille Mbembe [2]: están preparados para reaccionar y movilizarse.
Este experimento cinematográfico ayuda a contrarrestar las fuerzas destructivas de Occidentes. Es hora de salir de la negación.
[1] Aimé Césaire, Discurso sobre el colonialismo, Ed. Réclame, 1950.
[2] Achille Mbembe, Crítica del razonamiento negro, La Découverte, Paris, 2013.
traducido por Christian Santa Ana