El segundo largometraje de Ala Eddine Slim (presentado en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes 2019), estrenado el 19 de febrero de 2020 en Francia, es la continuación de su primero, The Last of Us: fascinante e inquietante.
Esta es una película radical. No la radicalidad del extremismo, sino la radicalidad de la inventiva y de la libertad. Pero también la radicalidad de la ruptura. Tlamess propone otro territorio del cine y por lo tanto otro territorio simplemente, el de una creatividad liberada de las normas de la narrativa. Tlamess significa “lanzar un hechizo”, de ahí su traducción de titulo por “conjuro”. Por lo tanto, se define como un acto, el de proponer imágenes distintas a las que estamos acostumbrados de recibir.
Es entonces una película perturbadora. De hecho, la casi ausencia de diálogos, la duración de ciertos planos, la aparición de figuras enigmáticas, la permanente incertidumbre en la que el espectador está inmerso no contribuyen a la comodidad. Sin embargo, rica en una estética impresionante, la película ejerce una fascinación movilizadora, que desencadena un deseo furioso de comprender lo que, sin embargo, es sólo una posibilidad de apropiación y no un discurso establecido. Por lo tanto, escribir sobre Tlamess equivale radicalmente a no desenredar sus hilos sino a abrir nuevas áreas de sensibilidad. Frente a una película que deliberadamente desdibuja las pistas, no es un punto de vista que el crítico puede ofrecer, sino una relación perfectamente subjetiva con un objeto no identificado.
Y sin embargo la pluma pica, tanto que Tlamess desencadena emociones, permite vínculos con sus propias preocupaciones sobre un mundo en agonía, y se abre a la imaginación que sigue siendo la condición de la emancipación y la reflexión.
Empecemos con la historia de la película, sin revelarla. S. es un soldado dedicado y su unidad se agota buscando terroristas inencontrables en el Sur de Túnez. Tras la muerte de su madre, tiene derecho a una semana de permiso, pero no vuelve: deserta. Escapa de la policía y huye al bosque. En la segunda parte de la película, conoce a F., una rica mujer embarazada. Van a experimentar cosas extrañas.
S. (interpretado por Abdullah Miniawy, músico egipcio) se va despojando poco a poco de lo que constituía su identidad, hasta el punto de la desnudez, hasta el punto de la marginalidad absoluta, hasta el punto de ser otro en todos los aspectos. La música lancinante y disonante del cuarteto Oiseaux-Tempête envuelve su vagabundeo y mutación (un anticipo se puede escuchar en Soundcloud). Es así otro hombre que F. descubre, ella misma en busca de serenidad, descubre (Souhir Ben Amara, actriz reconocida de televisión en Túnez). Sólo comunicarán a través de sus ojos, grabados en primer plano como en La naranja mecánica. La referencia a Kubrick es múltiple, hasta el punto de encontrar en el bosque, tanto la puerta como la llave, el monolito negro de 2001: la Odisea del espacio. Estos elementos se añaden a otros para espesar el misterio, como esa mítica serpiente gigante que tocará el vientre de F., como para protegerla, como S., del mundo que amenaza a su hijo.
Porque la muerte opera en ese mundo: primero la de un soldado que se suicida como en Full Metal Jacket: luego la muerte de la madre, la pérdida de un refugio para S, la desorientación, la perdida de una patria; la de muertos en el cementerio que S. cruza dolorosamente y deja en su camino; y probablemente también la de S. mismo, como N. en The Last of us, la película anterior de Ala Eddine Slim, de la que Tlamess retoma muchos elementos de atmósfera, misterio, luz y de decorado. S. y F. descubren de hecho el cuerpo de un migrante en la playa, que podría haber sido N. cuya supervivencia en un bosque parecía ser otra vida después de su intento de cruzar el mar. Tlamess sería, por lo tanto, una historia de regreso, en otro territorio, en desacuerdo con nuestro mundo fracasado, donde no hay necesidad de hablar para entenderse, donde se experimenta una matriz acuática, donde el hombre puede también amamantar, donde se abren puertas en un futuro incierto, donde finalmente parece posible cruzar las grandes aguas.
Ese nuevo territorio no es un programa. La manzana y la serpiente no tienen ningún valor profético, más que el monolito o cualquier otra cosa que constituya esta oleada imaginaria. A pesar de su aspecto de profeta en un cuento esotérico, S. no es más héroe de lo que fue N. Tlamess, sería un porro compartido hay que repensarlo todo, cuando el mundo tiene que empezar de nuevo. Un experimento radical de cine en libertad.
Olivier Barlet – traducción : Marie Picaud