Estrenado en las salas francesas el 15 de enero de 2019, Système K perturba y moviliza. Este viaje cerca de los artistas de Kinshasa no es cómodo, sino edificante y estimulante. Algo del futuro del mundo se está jugando en esta ciudad.
¿Cómo podemos hacer que las cosas se muevan en un país desestructurado donde la política está ausente, donde la supervivencia está a la orden del día para casi todos? Un puñado de artistas contestan haciendo arte. ¿Pero cómo hacer un arte que pueda ser visto, percibido, en una ciudad donde todo es ya una actuación?
Un cosmonauta avanza en la calle. Se llama Kongo Astronaut y parece salir del contexto surrealista de Kinshasa. Su traje está hecho de elementos informáticos recuperados y simboliza el saqueo de las materias primeras de la RDC por las multinacionales. Sin dinero, Beni Barras ocupa un edificio en construcción en el campus de la Academia de Bellas Artes. Quema plástico para unirlo a los objetos recuperados y convertirlos en obras de arte. Para sobrevivir. Géraldine Tobe, que fue una niña exorcizada, pinta grandes formas expresivas con el hollín de las velas o el humo de las lámparas de petróleo. Yas Ilunga organiza actuaciones en la calle con su grupo, los Majestikos, por ejemplo, para actuar en una bañera cubierta con la sangre que chorrea de un depósito denunciando las masacres en el este del país y las guerras fratricidas alimentadas por intereses extranjeros. Como el diablo encarnado en la danza de Strombo Kayumba, “inocente comparado con los verdaderos demonios que gobiernan este país”, buscan a conjurar la influencia de las iglesias evangélicas. La ciudad no tiene ni agua ni electricidad cuando bordea el río más grande del mundo: Flory y Junior denuncian la negligencia de las autoridades responsables caminando disfrazados por las calles. Y los músicos del grupo Kokoko! fabricaron ellos mismos los instrumentos reciclando aparatos domésticos y electrónicos. Apoyan a otros artistas durante sus actuaciones.
Estos artistas no actúan, realizan el evento. Estas actuaciones inusuales son catárticas y en gran parte irracionales. Su simulacro lejano, sin embargo, está anclado en la realidad, su improvisación los somete a la realidad. Es poniéndose en peligro de esta manera, tomando acciones desesperadas, arriesgando su salud, perseguidos rápidamente por la policía y detenidos, que escapan del circuito mercantil y pueden invitar a cada uno a reconsiderar las cosas. Su violencia es un grito que nace de la violencia que han sufrido, la afirmación de la resistencia, la esperanza de la movilización. Privados de los medios para actuar a diario, los que los observan saben cómo rebelarse contra el precio del pan o la corrupción de una pandilla aferrada al poder. Los artistas ayudan a mantener la conciencia alta y los problemas agobiantes.
El arte no trae nada a Kinshasa, excepto a aquellos que han sido descubiertos por instituciones extranjeras, como Freddy Tsimba que hace esculturas monumentales, por ejemplo con machetes o casquillos que provienen de conflictos armados. Hace el vínculo con este movimiento artístico, imperceptible en ausencia de estructuras que apoyarían sus acciones y su visibilidad. Este arte callejero es la expresión de una emergencia, epidérmica, independiente y autónoma, rebelde y crítica ante la decadencia generalizada de un país que se desangra mientras que desborda de riquezas.
Su rabia nos incumbe tanto como nos habla su impotencia. El escandaloso estado de este país es consecuencia de la depredación colonial, del apoyo a las dictaduras, del reparto del lote a expensas de su pueblo. La imagen de Lumumba humillado antes de ser sacrificado sigue persiguiéndonos. Estos artistas trabajan el material porque son las materias primeras de este país las que son expoliadas. Su materialismo irrisorio es necesario para recuperar una palabra, la de sus gestos artísticos. Cogido por estos gestos, Renaud Barret se sumergió durante cinco años para recogerlos. Lo hace discretamente, en perfecta escucha, respetando la dignidad de todos, con el ojo y la pata del diseñador gráfico que era antes de convertirse en cineasta. Sus imágenes nos importan: molestan y chocan y es lo mínimo ya que no están ahí para tranquilizarnos. Estos artistas tratan de alertar y la película repercute su acto más allá de las fronteras.
Pero Système K no es sólo una alerta cinematográfica: es el grito de un sistema de apañárselas para sobrevivir y rebelarse. Seguramente estamos abrumados por todo lo que habría que corregir en este mundo en peligro, pero no hay que olvidar Kinshasa porque algo esencial está en juego, algo que Alain Gomis ya destacó admirablemente en Félicité: cuando estás al final de tu cuerda, cuando la desesperación acecha en el fondo del caos, todavía tienes que conformarte con lo que es posible para desarrollar la energía para vivir, para luchar, para amar, para resistir, para crear. Este es el mensaje y la contribución de los artistas.
traducción : Marie Picaud